Yo nunca asistiré a ningún parto


La mayor parte de las mujeres de mi generación solo asistirán a un parto si son protagonistas, nunca como espectadoras.
El otro día me percaté que aunque sea madre de dos niñas, aunque ellas sean madres algún día, no veré nunca un parto desde fuera, tampoco el suyo. Eso me dió un poco de pena, porque no decirlo.
De hecho, toda esa reflexión empezó el día que una amiga embarazada me dijo que había soñado que yo la acompañaba en el parto. Y de golpe me sentí tan capaz y emocionada de hacerlo...
¡Me encantaría! Le dije sin pensarlo. Pero solo era un sueño, porque al parto asistirá su compañero, claro está.
En mi vida conozco solo dos casos de mujeres (que no sea personal sanitario) que hayan asistido a partos. Una chica a quién la acompañó su madre, porque su marido no llegó a tiempo y una amiga que acompañó una chica en su parto domiciliario.
Pero hace algunos siglos era muy diferente. Porque antes era la comunidad femenina, con la madre como principal estandarte, la principal encargada de los cuidados durante y después del parto. 
Nacimiento de la Virgen, Zurbarán.
  

De hecho, una de las cosas que se pedían a las parteras era precisamente haber sido madre. La experiencia es un grado, dicen.
Se sabe que en Francia, entre la burguesía del siglo XVII y XIX, lo más habitual era que las mujeres se trasladaran a casa de su madre a parir. Es probable que fuera así en buena parte de Europa.
Se conocen escritos privados dónde se pone de relevancia el rol esencial que jugaba la madre en el momento del primer parto. La madre cortaba el cordón y se encargaba de asistir a la comadrona. Seguramente también alentaba y daba seguridad a la hija que paría.
A finales del s. XIX algo empezó a cambiar. Vemos en la carta de Maria Therèse Ollivier.
Emile (el marido) ha querido quedarse a mi lado mientras sufría los dolores, yo le suplicaba que no me viera sufrir. Me tomaba del brazo y me llevaba a la ventana para que mire las montañas, un marco tan incomparable que en un momento pareció que me calmaba, pero los dolores se fueron haciendo cada vez más fuertes y finalmente me estiré en la cama*.
En esta carta vemos como la pareja de la parturienta empieza a tener un papel protagonista. El hombre será de ahora en adelante el que empezará a permanecer a su lado. Estas relaciones en pie de igualdad dentro del matrimonio responden al nuevo ideal burgués que empezó a popularizarse en Europa con la llegada de la industrialización. Todo ello vino de la mano de la nueva familia nuclear y el típico piso burgués, donde ya solo cabían madre, padre y descendencia directa.
Pero aún faltaría un tiempo para que el hombre entrara con su mujera a la sala de partos.
En un primer momento las mujeres pasaron de parir en compañía de otras mujeres a parir solas en el hospital. 
Más o menos hemos sufrido un siglo de soledad. 
Betty, de la serie Mad Men (ambientada en los años 60) en el nacimiento de su tercer hijo
 
Finalmente, a finales del s.XX, el padre, que aguardaba en la sala de espera del hospital fumándose un cigarro, se puso una bata y le dio la mano a su mujer.
Ahora aguanta las contracciones, ayuda a hacer fuerza y alienta. De su tarea también depende que haya un buen parto, sin duda.
Uno de los grandes logros es que desde bien temprano pueden empezar a tejer ataduras con sus pequeños. No se puede ser indiferente a esa vivencia. Un momento que nunca les había pertenecido, ahora lo coprotagonizan. 
En lugares como Perú, donde el parto aún es hoy en día cosas de mujeres, seempieza a requerir la presencia del hombre.

Desde que salen del cuerpo de su mujer pueden empezar ya a querer a sus hijos.
Bienvenido a la sala de partos, papá.

*La traducción del francés es mía y totalmente libre, que me perdonen los que sepan! ;)

(Parte del post está basado en el artículo "Le vécu fémenin de l'accouchement en France, XVIII-XIX siècles", de E. Berthiaud, dentro del volumen Nacimientos bajo control, El parto en las Edades Moderna y contemporánea)

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