La Crianza en los tiempos del capitalismo

(Esta entrada fue previamente publicada en euskera en la revista digital Sustatu.eus)

Un denominador común aparece en los escritos y creaciones hechos por mujeres en el s.XX: enfado y resentimiento hacia la madre. La relación madre-hija ha sido fuertemente contestada por las propias hijas. 


Judy Drew  "Love of a Child"
Judy Drew, Love of a child (1051)


La madre es para las hijas aquello que nunca se quiere ser. La sumisa, la que repite los roles, la que siempre se arrodilla, la que ayuda siempre a los demás y nunca pide ayuda. No, no, no queremos ser así y muchas hijas se ven demasiado reflejadas. Con miedo que se autocumpla la profecía. Demasiadas papeletas de repetir la misma historia.

Creo que se la ha dado poca importancia a estas incomodidades, teniendo en cuenta que estamos hablando, ni más ni menos, de cómo han cuidado las madres de sus hijas. Es decir, estamos hablando de la crianza: alrededor de ello se erige nuestro mundo, nuestra sociedad.

Podemos decir que el modelo maternal desde principios del siglo XX está fuertemente contestado y ha hecho infeliz a mucha gente. Entre ellos, principalmente a la protagonista de esta historia, la madre. ¿Es culpa suya?

El angustioso relato de “The Yellow Wallpaper”, escrito por Charlotte Perkins en 1890, nos da pistas de la tragedia. Una mujer encerrada en su habitación, sin posibilidad de escape, ni tan solo por medio de la creación, acaba perdiendo la cabeza. Ella, también madre, no puede cuidarse de si misma, poco hará con su prole.

¿Pero como llegó esta madre a esa habitación? ¿Porque está allí encerrada? El proceso viene de lejos y podemos darle muchos nombres, pero creo que todos nos entenderemos si hablamos de capitalismo. Porque detrás de esa palabra estamos también hablando de una nueva organización social, cultural y política, una verdadera revolución que puso patas arriba, más que en ningún otro momento histórico, me atrevería a decir, todo lo que se conocía desde las estructuras más macro (el Estado, la Economía), hasta las más íntimas (la organización social y familiar, las creencias y los cuerpos).

En este nuevo orden económico y social las familias empezaron a reorganizarse a partir del nuevo modelo burgués, y se convertiría en una pequeña unidad formada tan solo por padre-madre y su descendencia directa. Las familias que hasta ese momento habían trabajado, se habían reproducido y educado en un mismo espacio polifuncional, se segregaron. Se marcaron fuertes divisiones entre lo público y lo privado. El espacio público pertenecía al padre, que de esta manera sería apartado de las tareas de educación y cuidado de sus hijos definitivamente. Su figura estaría ausente y la encargada de reconstruirla y en cierta medida entronizarla sería la madre. La madre, responsable de lo privado quedaría encerrada en la casa. Ella debía educar con esmero, dedicarse a los demás.

El nuevo “ángel del hogar” viviría la gran contradicción de verse encumbrada en los discursos oficiales (el modelo de la Virgen María marcaría fuertemente en los países católicos, una madre y nada más, una madre sin pecado ni contradicción, amantísima y sacrificada) y relegada y minusvalorada por ese mismo orden que la alababa. 

A todo ello debemos añadir el proceso que se había ido dando desde siglos atrás, con la desautorización materna en todos los campos. La madre que quedó relegada en el nuevo piso burgués llevaba años sufriendo un desempoderamiento trágico. Antes había sido la encargada principal de cuidados, del parto, de la muerte. Dentro del las jerarquías y desigualdades propias del Antiguo Régimen, no podemos negar que las mujeres tenían espacios reservados en los que se sentían autorizadas, competentes y necesarias. Pero médicos, profesionales de diversos tipos le habían arrebatado su autoridad ancestral.

En el Nuevo Orden capitalista,  la mujer que quedó encerrada en ese piso ya no sabía nada. A eso hay que añadir la aparición de los estudios psicológicos, que ponían el acento de los problemas en causas individuales e internas. Nueva carga para las mujeres que no solo se les escatimaba la posibilidad de analizar su situación como un problema social, sino que además se les daba la responsabilidad única y decisiva de la salud emocional sobre ellas mismas y sobre su descendencia. No cabían las sublevaciones.

Se mascaba la tragedia. Una tragedia subterránea, que nadie veía pero estaba allí. La vemos en los escritos de sus hijas, en los suyos propios. Lo vemos en las patologías femeninas que fueron apareciendo sin remisión: llamémosle depresión posparto, llamémosle histeria, pero al final estamos hablando de lo mismo. Y en eso andamos. Porque desde hace ciertos años se le añade una nueva parte a esta historia. Primero se fue el padre de la casa, pero después le tocó al a madre asumir parte de la carga del trabajo asalariado. Si, cierto, ya no vive enclaustrada en su piso. Ahora vive esclava de los horarios y culpabilizada por no llegar a nada.

En medio de todo ello, los grandes damnificados son los pequeños que han pasado de convivir en familia, a acompañar a la madre en el piso y finalmente quedar delegados en manos de cuidadores profesionales, ¿es esa la solución? ¿Queremos las mujeres trabajar más y más y dejar a nuestros hijos en espacios educacionales claramente insuficientes? Recodemos que en España con 4 meses un niño debe separarse del cuerpo que lo vio nacer y lo alimenta.

¿Porque, aun y los impedimentos, las dificultades, las mujeres seguimos queriendo ser madres? ¿Se autocumplió la profecía?  No podemos negarlo. A parte del mandato social que aún perdura, también las hay que eligen el camino con ilusión ¿Como puede ser? 

Pues porque la humanidad son cuidados, porque los seres humanos crecemos porque alguien nos ama, porque amamos a los demás. Porque, queramos o no, tener un cuerpo preparado para gestar es una de las cosas más subversivas y emocionantes que existen, sí. Así, sin pensarlo demasiado, nos embarazamos y damos a luz y después intentamos encajar en esta sociedad anticrianza.

No ha cambiado nada. Seguimos solas, en el mejor de los casos con unas parejas al lado con las mismas ganas e ilusión que nosotras, pero que aún están más desempoderadas. Recordemos que los hombres hace ya siglos que no cogen un bebé, que no saben lo que es cambiar un pañal…y lo que es peor, no saben lo que es responder a un llanto o a las primeras palabras de su hijo. Debemos darles la oportunidad, como mínimo, de involucrarse, porque es sumamente importante y de eso depende todo.

Desde el principio intentamos poner en práctica soluciones de urgencia. Algunas individuales: Primero en el hospital, que demasiadas veces ha sido territorio hostil, intentamos parir sin ingerencias, sabemos que el sentir que podemos nos hace coger carrerilla en los primeros meses difíciles. Después damos el pecho, a veces más de lo que nunca se había dado en la historia (las lactancias prolongadas más de dos o tres años son una novedad histórica que nos da pistas sobre la necesidad de contacto que tienen madres e hijos). Después de una larga jornada laboral, ¿qué más nos queda que meternos en la cama con nuestros hijos? Así, no es casualidad que esté de moda (si esa es la palabra correcta) el llamado colecho. ¿Que más nos queda que dormir a su lado?

Otras son de carácter colectivo. Intentamos tejer redes, apoyos externos que nos sustenten mínimamente. En Internet, por ejemplo, se están fraguando pequeñas revoluciones y pequeñas victorias que nos dan pie para seguir adelante alegremente.

Todo ello nos ayuda a cuidar mejor, sin duda. Pero son solo parches, porque la solución real vendrá el día que la sociedad vuelva la cara al pilar que la sostiene: los cuidados.

Vendrá el día en que la familia (entendida como unidad de cuidados de amor y económico primordial y que puede tener la forma y los ingredientes que se quiera, no hace falta decirlo) se coloque en el centro de la escena, justo antes de la comunidad. Que sus integrantes vuelvan a casa a pasar tiempo. El tiempo que necesitan los hijos e hijas para aprender a socializar, dialogar y discutir. Porque la familia es la unidad primordial de aprendizaje social.

Vendrá el día en que seamos capaces de tejer una red de relaciones extrafamiliares fuerte. Reconstruir comunidades que nos sustenten y nos ayuden. Para eso hay que dar el brazo a torcer, para eso hay que renunciar a ciertas individualidades, no hay otro camino, pero vale la pena. La comunidad es el siguiente peldaño clave para la sociedad precrianza que necesitamos.

El otro día oía a un político hablar de la necesidad de feminización de la política. Con ello quería decir que había necesidad de una política más horizontal, más basada en el diálogo y la negociación. Al hilo de esa reflexión, solo me queda decir que yo apuesto también por que la sociedad se maternalize. Eso es, que cuide, acompañe, muestre empatía y ame más.


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