Estamos
en la casa de mi bisabuela. Son los años 50. Concretamente, una
noche cualquiera a las 3 de la madrugada. Suena el teléfono. Nadie
se extraña. Un hombre reclama su presencia,
pues su mujer va a dar a luz y se marcha diligente a cumplir con su
trabajo. Su vocación es recibir y ayudar a dar vida. Aunque se
dedica también al seguimiento del embarazo y posteriormente en el
postparto y lactancia, el núcleo central de su trabajo, el eje de
todo, es el
nacimiento, el parto.
Mi
bisabuela, durante la República, después de separarse de su marido,
tuvo que pensar de que manera ganarse al vida para sacar adelante a
su hijo. Ella había sido costurera toda su vida pero en el momento
que pudo decidir lo tuvo claro: Se dedicaría a ayudar a dar a luz a
otras mamás. Ella que había sufrido tantos abortos, que había
visto morir a un hijo, no tenía ninguna otra idea en la cabeza que
seguir involucrada hasta el fondo con la vida.
En
esas épocas las matronas, tenían su titulación específica,
diferenciada de las enfermeras, y se dedicaban a asistir partos,
mayoritariamente a
domicilio. A lo largo de gran parte de la historia de la humanidad,
las encargadas de recibir una nueva vida han sido mujeres. Hubo un
tiempo en que las matronas, parteras o comadronas, fueron personas
destacadas de las comunidades. No solo
sabían sobre partos, también era mujeres sabias en otros
menesteres, como hierbas, cuidados, enfermedades, etc. Su saber, eso
sí, era basado en la práctica y la costumbre.
Hasta
hace relativamente poco no existió formación específica sobre “el
arte de la matronería”. Ésta
llegaría poco a poco, sobretodo a partir del siglo XX, al mismo
tiempo que se empezaron a regularizar las prácticas médicas en
general. Fue un
intento racionalizador, que provenía de la filosofía de la
Ilustración y que intentaba poner orden a todos los ámbitos
relacionados con la salud. Aunque cada país tuvo
una evolución específica, más o menos en todo el mundo occidental
en un mismo momento se promulgaron leyes para estandarizar la
profesión.
He
pensado en todo ello a raíz de ver la primera temporada de la serie
Llama a la comadrona
que se está emitiendo en Telecinco. Justo en la época que debió
ejercer mi bisabuela. La serie relata un momento importante para la
historia de esta profesión. Justo después de la Segunda
Guerra Mundial,
a inicios de la segunda mitad del siglo XX.
En
general, el periodo
en que ejerció la protagonista, Jennyfer Worth, se empezaba a
entender el significado del derecho universal a la salud. En aquellos
años se pasaría de una sanidad de tipo asistencial, específica
para los más pobres, a una universal, dónde
se consideraba que todo el mundo tenía derecho a la misma calidad.
Eso generaría cambios estructurales, también en todo lo relacionado
con la maternidad. El papel del estado en el desarrollo de las
políticas de protección de la maternidad o la transformación de la
medicina, comportaría el desarrollo de la obstetricia como
especialidad.
El nuevo templo de la Sanidad Universal, donde se destinarían más
recursos, serían los Hospitales. Dejarían de ser centros
asistencials para pobres o residencias para gente rica, para
convertirse en verdaderos espacios donde todo el mundo tendría
derecho a un mismo trato y una misma calidad. Eso, evidentemente, es
una gran victoria social que hoy en día hay que reivindicar más que
nunca.
Eso
no quita que, en lo que respecta al parto, exisitieran también
espacios sombríos o, dicho de otra manera, la entrada en el hospital
de las mujeres parturientas comportaría ciertas renuncias. Las
mujeres dejarían, en una generación,
de parir mayoritariamente en casa a hacerlo en la cama de un
hospital. Probablemente eso contribuyó
a considerar este proceso fisilógico
natural como un problema médico, fuera de la normalidad. Las
prácticas, hoy en día casi desterradas (lavativas, rasurados, etc)
se generalizaban en el ambiente hospitalario.
Por
otro lado, las matronas dejaron prácticamente de dirigir el proceso
y se convirtieron en subsidiarias, enfermeras de los ginecólogos que
en su mayoría empezaron a ayudar a parir. Las mujeres parturientas,
por su parte, tuvieron
una capacidad de decisión casi nula en todo el proceso.
La
estocada final a la autonomía de las matronas se dio en España en
1953, cuando se unificaron sus estudios con los de enfermería, con
lo que la profesión de matrona ya no exisitía como tal, sino
que sería a partir de entonces una especialidad de las enfermeras.
Ciertamente,
la toma de conciencia actual de las mujeres, más informadas de lo
que significa un proceso de parto y con más ganas de participar en
todo ello, ha hecho
modificar ampliamente las prácticas hospitalarias así como el papel
de las matronas en el parto. De nuevo, después de años relegadas,
vuelven a ser protagonistas en la mayoría de hospitales públicos.
Se valora su papel de acompañantes y de facilitadoras. Por otro
lado, se da más capacidad a la mujer en decidir que tipo de parto
quiere y no se aplican sistemas calmantes como la epidural sin su
consentimiento. También se han realizado en muchos hospitales
esfuerzos para adecuar habitaciones de dilatación donde las mujeres
no necesiten estar monitorizadas y puedan pasar las contracciones de
pie o como consideren necesario.
Tal
vez ayudando en el parto, dando poder a las mamás y matronas se
generarían menos miedos, más confianzas y, quién sabe si así las
complicaciones serían menos, los partos no serían tan largos y
todos saldríamos beneficiados. Nos saldría, en definitiva y en
muchos sentidos, más barato...¡una palabra de moda!
Creo que vamos en camino hacia un parto más humano. Con eso de el pasado está de moda, se nota no solo en la ropa, las tendencia de decoración y gastronomía, también ha obligado a hacer una retroespectiva de cómo vivimos la maternidad y el parto. Enhorabuena por el este post.
ResponderEliminarOpino igual que tu...lo importante es recuperar aquello que vale la pena y sobre el parto, humanizarlo es un paso muy importante para mamás hijos y, por lo tanto, la sociedad en general.
Eliminar