Nos trasladamos a la Grecia Clásica. Entramos por un momento en la vida de las mujeres que allí vivieron. En este blog hablamos fundamentalemente de la relación de las mujeres con las vidas que empiezan. Hoy vamos hasta el otro lado hilo: las vidas que terminan.
El
tránsito a la otra vida era comandado por manos femeninas en todo
momento. Ellas te recibían a la vida y te despedían de
ella. Era su gran cometido social. Ellas preparaban el cadáver, lo
amortajaban y ellas lo lloraban. Hacer de plañidera también era una
ocupación por la que las mujeres podían recibir dinero (una de las
pocas, por cierto).
El
funeral contaba con un velatorio, en el espacio privado, y el
tránsito del cadáver hasta la tumba, que se sucedía por las calles
de la población y, por lo tanto, en el espacio público. Esa era una
de las pocas ocasiones en que las mujeres podían ir a la calle junto
con los hombres. En los cortejos fúnebres, en un ejercicio de
libertad inusitada en ellas, daban rienda suelta a su dolor, a sus
sentimientos. Ese expresar de “forma exagerada”, ese discurrir
por las calles a merced de las miradas masculinas, no fue aceptado
sin más. Era un peligro patente desde el punto de vista masculino.
El
cortejo fúnebre fué objeto de las suspicacias de los legisladores
antiguos y tenemos conocimiento de muchas leyes destinadas a vetar y
regular la presencia femenina en los funerales. Se legisló sobre el
comportamiento, la vestimenta y se acotó el número de mujeres que
podían asistir a estas celebraciones.
“Que el difunto sea
expuesto dentro de casa, como se quiera, pero su traslado ha de
hacerse al día siguiente de haber sido expuesto, antes de la salida
del sol. Marchen los hombres delante, cuando lo lleven a enterrar, y
las mujeres detrás. No se permitirá a ninguna mujer menor de
sesenta años entrar en la morada del difunto ni acompañarlo cuando
se le lleve a la tumba, excepto cuando estén dentro del grado de
parentesco de hijos de primos”.
Observamos
como se regula el momento del cortejo, probablemente antes de la
salida del sol para congregar menos miradas ajenas. También la
manera como deben ir hombres y mujeres, debidamente separados en el
espacio, y por último qué tipo de mujeres pueden acompañarlo; solo
familiares más directas y mujeres mayores de 60 años, probablemente
porque a esa edad ya no eran peligrosas.
En
la ciudad de Yulis se dice “Las
mujeres que asistan al funeral han de salir del monumento antes que
los hombres”.
También especifica: “En
el lugar donde se produzca la defunción, después de que haya sido
sacado el cuerpo, no podrán entrar en la casa otras mujeres que no
sean las infectadas. Están infectadas la madre, la esposa, las
hermanas y las hijas. Además de estas, no entrarán maś de cinco
mujeres y dos niñas, hijas de primos y de ninguna otra más”.
En
esta otra legislación vemos otro concepto, el de las mujeres
infectadas y contaminadas. Ellas, al ser las encargadas de amortajar
el cadáver quedaban impuras. El contacto con el muerto era un moment
muy delicado que debía acontecer con el máximo de precaución. Solo
manos femeninas podían encargarse y para purificarse deberían
observar rituales específicos.
En la
ciudad de Solín se prohíben “lamentos fingidos” o
“llorar en funerales de extraños”. De hecho, Plutarco nos
cuenta como Solón (legislador ateniense) “dictó una ley sobre
la salida de las mujeres tanto en duelos como en fiestas para
reprimir el desorden y el desenfreno”. “Conviene que se honre a
cada uno de los muertos no con lágrimas y lamentos, sinó con un
buen monumento y con el obsequio de los frutos de la temporada, en la
idea que es una ingratitud para los dioses infernales una pena que
sea desmedida”.
Roma, que en muchos casos se vio influida por
las legislaciones helénicas, también da muestra de esta voluntat
reguladora en sus XII Tablas. “Por lo tanto, reducido el boato
en los duelos a trevelos, una túnica corta de púrpura y diez
flautistas, abolió también los lamentos fúnebres. Las mujeres no
se arañen en las mejillas con las uñas, ni hagan de plañideras en
el funeral”.
En
este útlimo grupo de leyes vemos la prohibición de lamento
excesivo. El descontrol del llanto era una característica achacada
al género femenino, aún hoy en día. No ha gustado nunca la
desmesura, a ningún estado ni cultura. Todas estas leyes nos
muestran el miedo de estas socidedades patriarcales a lo que podía
llegar a suceder si las mujeres daban rienda suelta a sus
sentimientos. Acotar, reprimir, regular...verbos que de todas maneras
no podían ir al fondo del asunto: las mujeres dirigieron siempre el
tránsito al más allá y ellas eran las encargadas. Ninguna
legislación pudo tomar el control de los funerales que siguió
siendo cosa de mujeres.
(Para
profundizar en este tema se puede consultar I. Calero Secall, “Los
legisladores griegos y sus preceptos sobre las mujeres en los
funerales”, Revista de Estudios Histórico-jurídicos, 34,
2012, pp 37-51)
¡Interesantísimo, como siempre! Qué cantidad de regulaciones, cierto que algunas de estas tradiciones aún persisten, pero por suerte las regulaciones en cuanto a la presencia de mujeres en los velatorios ha cambiado para bien.
ResponderEliminarMe encanta leerte. Un gran abrazo desde Budapest
Gracias por pasarte, Bea. Si, de alguna manera la mujer "histérica" y llorona, viene un poco de allí, no te parece?
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