Sobre el compromiso y la comunidad

Este fin de semana mi chico me leía un fragmento de un libro, donde hablaban también de madres.

Decía que un antropólogo se quedó escandalizado porque en no se que tribu (discuplad las impresiciones) algunos niños no sabían quiénes eran sus padres biológicos.

Una anciana de esa misma tribu se quedó escandalizada también al saber que en el país del antropólogo los niños se criaban solo con sus madres biológicas. Nadie más les ayudaba, no había una comunidad detrás que le echara una mano.

Por otro lado, estos días también he estado leyendo un libro que en principio poco tiene que ver con este tema. Vecindades Vitorianas (muy recomendable por más de una razón), donde se cuenta la historia de las organizaciones vecinales de esta ciudad (mi ciudad de adopción) antes de la llegada de la modernidad. Cuando ser vecino significaba mucho. Mucho más que vivir en la casa de al lado, más que dejar un poco de sal.

"La vecindad, tal y como la entiende hoy la antropología es el conjunto de todos aquellos aspectos que trascendían a la capacidad de la casa para asumir los problemas que se le planteaban y que ella sola -la casa- no podía resolver; no sólo del orden material y económico, sinó también en el ámbito espiritual"


 

Si te falta la sal, pero también si te pueden tener al niño en brazos mientras fríes las patatas o si te pueden sostener y abrazar ese día que se viene las lagrímas sin querer.

El peldaño de sostenimiento y cuidado que había entre la familia y la sociedad (o el Estado, digamos). 

Si bien el grupo tiene sus contras, de control social, de sometimiento y de compromisos a veces no asumibles (de eso sabemos mucho las mujeres). Sin duda nos hemos quedado huerfanos de muchos de los pros. 

En la actualidad, este estadio intermedio, la comunidad, ha desaparecido. Me atrevería a decir que de manera medida y meditada.


Para poner el ejemplo del libro, las Vecindades vitorianas correspondían en su mayoría a simplemente un tramo de calle. Los lazos entre los vecinos eran de obligado cumplimiento. Tenías que acudir a bautizos, bodas, funerales, comidas comunitarias y demás. Esos compromisos para con tus convecinos eran inquebrantables. Por otro lado, eras partícipe, te reunías, decidías, organizabas. Eras ciudadano activo. 

Las vecindades fueron desmanteladas hace unos siglos en favor del poder más burocrático y alejado de la ciudadanía. El ayuntamiento asumiría cualquier poder de decisión, todo pasaba por allí. Todo eso pasó a la vez que se ponía en marcha el Estado Moderno. 

La llegada del individualismo por un lado y del Estado por el otro (dos caras de la misma moneda), nos ha quitado cualquier poder como ciudadanos activos, ha conseguido, con esfuerzo, acabar con las comunidades, vecindades, etc. 

La profundiad del cambio que supone en las sociedades occidentales la pérdida de esta comunidad es de un calado defícil de medir.

Una de las pérdidas más trágicas, a mi entender, es haber perdido la capacidad de asumir compromisos para con el otro. 

Un demoledor ¿y yo qué? que se deja oir en todos los estratos sociales de izquierda a derecha.

Las madres y padres sabemos de lo que hablamos.

Tener un bebé en tus manos es una sacudida, también en eso. Porque te das cuenta que tienes que hacer cosas que no te apetecen, por encima de tus gustos, de tus necesidades, de tu sueño (por poner un ejemplo bien claro), hay un ser que te necesita. Y un día además te das cuenta que hacerlo te enriquece. Creces en vez de desaparecer.

La crianza puede ser, porque no, un buen escalón al que subirse para recuperar esta capacidad de comprometernos. Después viene la presona que tienes al lado y después la comunidad. 

Dar y recibir. De eso se trata. Estamos preparados para ello. Porque no debemos estar solos.

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